Una vida de arraigo chino, negocios y deportes caracteriza a Rogelio Chin
- Comunidad China
- 26 mar
- 5 Min. de lectura
Su historia deja un legado a las nuevas generaciones de esfuerzo y perseverancia
Tatiana Gutiérrez Wachong
Periodista Comunidad China de Costa Rica

La cita estaba programada a las 7:00 p.m. Llegó puntual, con ropa formal y en su bolsillo una libreta donde guarda las fechas importantes que espera nunca olvidar. Lo que sería una cena tranquila para compartir con amigos se convirtió en una entrevista que recoge el arraigo de Rogelio Chin Fong hacia la comunidad china.
Al sentarse, pone en la mesa los primeros estatutos de la Asociación China de Costa Rica, organización que fundó en 1960.

"Compramos el edificio con mucho esfuerzo. Organizábamos giras por todo el país para recolectar los fondos y pagar la hipoteca. Cada uno ponía su carro y cubría sus gastos. Cuando logramos cancelar la deuda, la casa se fue ampliando. La Asociación se convirtió en un punto de encuentro para la comunidad china y en un puente entre culturas. Conocí a grandes personas como Luis Wachong y estuve como vicepresidente por un gran tiempo; sin embargo, las cosas han cambiado”, enfatizó.
La Asociación nació en el taller de don Emilio Arlan, quien tenía una fábrica de ropa y, posteriormente, adquirió un edificio con el esfuerzo de sus miembros.
“Los tiempos de la Juventud China y de las Damas Chinas fueron inolvidables porque todas las provincias tenían sucursales de la Asociación, entonces hacían sus propias actividades y también participaban en las festividades chinas. Había reuniones mensuales y celebraciones especiales”, destacó.
Con orgullo, pero también con humor, recordó que en la época en que él nació, ninguno de los jóvenes de la colonia china hablaba mandarín, solo él.
A sus 87 años, cuenta con una memoria envidiable, se hace sus cosas solo, se cocina y le encanta estar en su casa. Cuando sale, lo hace con amigos o familiares.

Chin es descendiente de la dinastía Qing. Nació en Puntarenas el 7 de diciembre de 1932 y se convirtió en una figura clave en la comunidad china en Costa Rica.
“Mi papá vino primero a Costa Rica, soltero, porque su hermano mayor, Rafael Ajoy, lo trajo. Luego, se fue para China, aunque no sé en qué fecha exactamente. Se casó y trajo a mi mamá. Ellos hicieron de Puntarenas su nuevo hogar”.

Felipe abrió una tienda y Esmeralda, aunque no pudo ejercer su profesión, se dedicó a criar a sus hijos.
Sus padres siempre tuvieron la intención de volver a China; sin embargo, ninguno de los dos pudo y sus restos están aquí en Costa Rica.
Su madre murió de cáncer de pulmón y su padre, de una infección delicada.
Rogelio creció en Puntarenas junto a sus hermanos, donde la vida transcurría entre juegos en el parque y tardes en la tienda familiar.
En total, fueron nueve hijos de ese matrimonio, de los cuales dos murieron de manera prematura. Quedaron Felipe, Adolfo, Victoria, Mario, Pedro Epifanio y Gilberto.
“Hace como tres o cuatro años murió uno de mis hermanos (Pedro Epifanio), así que ahora quedamos cinco varones y una mujer”.

Estudió en la escuela Antonio Gámez y luego en el Liceo José Martí. Su adolescencia estuvo marcada por la Revolución de 1948.
“Yo trabajaba en la aduana de 7:00 a 11:00 a.m. y de 1:00 a 5:00 p.m. Ese era el horario de antes y los sábados se trabajaba hasta el mediodía. Cuando terminaba de trabajar, me iba a la casa para bañarme, alistarme y comer para partir al Liceo, donde recibía clases hasta las 10 de la noche. Recuerdo que estando en tercer año, estalló la Revolución del 48 y estuve metido en ella.
“Recuerdo que en mi juventud tuve años hermosos, lindísimos, que me dejaron gratos recuerdos. Nos juntábamos con los muelleros. Yo iba al pool, tomaba tragos con ellos. Bueno, no eran tragos, eran cervezas, y también lo hacía con otros paisanos jóvenes. Me fui relacionando con esa gente, me espabilé, tuve mis amoríos. Fueron años muy bonitos, pues también jugué fútbol en primeras con Puntarenas”, destacó.

Tuvo como profesor a Bernardo Alfaro, y también daban clases Alejandro Aguilar Machado, quien fue director del Liceo de Costa Rica; Eduardo “Yayo” Garnier era el profesor de Educación Física. También estaban don Gabriel Ureña, don Napoleón Quesada, don José Joaquín Mora, don Manuel Prada y don Manuel María Murillo.
“Entre mis compañeros estuvieron don Rafael Ángel Chinchilla, quien fue Contralor General de la República y papá de la expresidenta de la República, Laura Chinchilla. Además, estaba don Mario Charpantier, quien fue diputado y ministro de Seguridad, y el Dr. Arrieta, de Alajuela”.
En 1951, se trasladó a San José y comenzó a trabajar en la Casa Presidencial con el gobierno de Otilio Ulate, en los departamentos de Extranjería y Migración.
“En ese tiempo, todo eso correspondía a la Casa Presidencial, que estaba donde hoy se encuentra el Tribunal Supremo de Elecciones. Era una casa de dos pisos de madera. Trabajé ahí hasta 1953, cuando me ofrecieron un puesto en el Banco de Costa Rica”, dijo.

Estando en Casa Presidencial, su papá lo mandó a estudiar Farmacia.
“Me matriculé, pero no me gustaba. Hasta me quedé en Botánica. Lo hice por un año y, qué va, yo lo que quería estudiar era ingeniería, pero las circunstancias no me lo permitieron”, narró.
Entonces, ingresó a estudiar contabilidad en una escuela privada.
En esa entidad laboró por 20 años en distintas áreas financieras y estudió Ciencias Económicas en la Universidad de Costa Rica. En 1956, contrajo matrimonio con Aída Rodríguez, quien ya falleció.
“En el Banco anduve por todo lado. Trabajé en la secretaría de la junta directiva, en personal, en préstamos, en cobros de préstamos, fui asistente del jefe general de crédito, estuve en personal haciendo planillas a mano”, destacó.
En 1973, aceptó un puesto en la financiera CAFSA, vinculada a Toyota, donde trabajó casi 30 años.

Tuvo la oportunidad de ir a Japón a conocer la fábrica de Toyota con su esposa.
“La estadía en Japón fue muy linda. Conocí la fábrica, viajé en el tren bala desde Tokio a Nagoya, donde está la fábrica de Toyota. La distancia es de 400 kilómetros. Después de conocer la fábrica, nos devolvieron a Tokio y luego regresamos a Costa Rica”, dijo.
Tras su retiro, colaboró con el Banco Cathay para resolver conflictos internos y finalmente se jubiló, disfrutando ahora de una vida tranquila entre Pavas y La Garita.
Sin embargo, el deporte siempre fue su pasión: practicó fútbol, baloncesto y béisbol. Fue jugador de Orión en segundas divisiones y también dirigente de la Federación de Béisbol de Costa Rica.
“En la Asociación China fundamos muchos grupos que servían a los jóvenes para practicar, para conocernos y hacer amigos. Incluso, muchos de ellos se hicieron parejas, se casaron y ahora tienen hijos”, destacó.

Una voz ronca interrumpió el relato. Como anfitrión, escogió el menú. Conocedor de la gastronomía china, preguntó apasionado por cada uno de los platillos y, al irse el mesero, retomó:

“A estas alturas de mi vida me encanta comer y cocinar. Yo me meto en la cocina y me hago lo que me gusta”, dijo.
En 1988, visitó Hong Kong y Cantón en busca de su familia, logrando restablecer lazos. Luego de la pandemia, volvió de nuevo a China.
“Yo he sido testigo de la evolución y la transformación de la comunidad china. En los primeros años, los inmigrantes chinos mantuvieron un fuerte vínculo con sus raíces y hablaban poco español. Con el tiempo, las nuevas generaciones se integraron plenamente en la sociedad costarricense, aunque la identidad cultural china sigue viva a través de asociaciones y eventos”, dijo.
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